En lo más profundo de Tokio, en uno de sus barrios dormitorio, se pierde un insólito templo Gotokuji. En el interior de esta bella y tradicional pagoda hay una peculiaridad: está casi totalmente llena de pequeños gatos con las patas levantadas. Hay tantas que parece improbable que quepa aquí otra figurita de porcelana.
Pero no, eso es sólo un truco del ojo: de hecho, pequeños gatos blancos aparecen aquí regularmente. Se llaman figuritas de gato maneki-neko. De hecho, en Japón no sólo se pueden encontrar estas figuritas, sino que están por todas partes: en pequeños restaurantes, en cafeterías, en las entradas de edificios residenciales. Los japoneses creen que estos coños de porcelana traen buena suerte. La mayoría de las veces tienen la pata derecha levantada, pero también hay figuritas con la pata izquierda levantada para simbolizar riqueza y clientes. Aún más raras son las figuras con dos patas extendidas hacia el cielo. Sin embargo, en ningún lugar hay tanta abundancia de maneki-neko como en el templo Gotokuji. Aquí es donde los japoneses traen las figuritas para atraer la buena fortuna. Y, por supuesto, en los últimos años, los turistas también han añadido sus propias figuritas. Maneku en japonés se traduce como llamar y neko significa gato. La tradición de las figuritas de porcelana se remonta al siglo XVII. Fue entonces cuando un gato callejero llegó a la puerta del templo Gotokuji. El abad local se apiadó del animal, lo alimentó y le dio cobijo. En aquel momento, la pagoda estaba en muy mal estado y necesitaba reparaciones. ¿Quién fue el legendario rey Arturo: mito o defensor real de los britanos? El señor Iyi Naotaka pasó una vez por el templo a mediados del siglo XVI cuando regresaba de sus campañas militares. Le pilló desprevenido un chaparrón y decidió refugiarse bajo un frondoso árbol no lejos de la pagoda. De repente vio un gato, el mismo que el abad había cobijado. La mascota estaba sentada cerca de la entrada del templo, agitando la pata hacia el samurái como para invitarle a entrar. El señor decidió no dudar y entró. Y justo cuando cruzó el umbral, un rayo cayó sobre su anterior escondite y partió el árbol en varios pedazos. Así que el SEAL le salvó la vida. Naotaka decidió no seguir endeudado y destinó dinero a la reconstrucción del templo. Desde entonces, Gotokuji y toda la tierra que lo rodea han prosperado, todo gracias a un gato. Así fue como el animal se convirtió en el patrón de la pagoda. Las figurillas, en cambio, comenzaron a aparecer más tarde, en el siglo XIX. Hoy en día, los más tradicionales son blancos con algunas manchas. Pero antiguamente también había manek-neko de colores, y cada color simbolizaba una cosa: los gatos negros, por ejemplo, protegían contra las enfermedades. Estas figuritas se extendieron después por todo Japón, y hoy se pueden ver en casi cualquier establecimiento. El maneki-neko atrae la suerte y el dinero, y los japoneses más desesperados en busca de prosperidad acuden al santuario de Gotokuji y dejan allí su maneki-neko.
Gatitos con el pie levantado
La leyenda del gato que salvó al samurai
¿De dónde salieron estos gatitos?
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