A partir de la década de 1850, el arte japonés alcanzó la cima de su popularidad en la alta sociedad europea. En aquella época, el fenómeno adquirió incluso su propio nombre: japonismo. Entre los que encontraron inspiración en las bellas artes japonesas figuran los famosos representantes del impresionismo, Edgar Degas y Mary Cassatt, así como el incomparable Vincent van Gogh.
Este gurú del postimpresionismo conoció el arte japonés tras trasladarse a París en 1886. Le fascinaban especialmente los ukiyo-e, las xilografías creadas en los siglos XVII y XIX. El arte ukiyo-e giraba en torno a la belleza y la armonía del mundo. Luchadores de sumo, actores de kabuki, paisajes, personajes de leyendas populares, escenas sexuales, etc. se representaban a través del prisma de la belleza. El pintor holandés quedó muy impresionado por estos exquisitos cuadros.
En Amberes, Van Gogh compró su primera caja de grabados y decoró con ellos las paredes de su estudio. Eso fue sólo el principio. Posteriormente, el holandés se convirtió en propietario de una envidiable colección de ejemplos de bellas artes japonesas, que hoy tenemos la suerte de contemplar.
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