Los programas espaciales de los años sesenta y ochenta generaron un corpus de obras en la cultura pop sobre un futuro utópico. Películas y libros nos contaban cómo viviríamos pronto nuestras vidas: surcando la inmensidad del universo en nuestras propias naves, volando a planetas lejanos y comunicándonos con extraterrestres. La gente esperaba un futuro de ciencia ficción, todo parecía estar frente a nosotros y no nos separarían de ese futuro más que un par de décadas. Sin embargo, el cosmos no era tan sencillo, y sus misterios aún han de dilucidarse durante varios cientos de años. La utopía ha sido sustituida por la distopía: hay demasiado apocalipsis en la cultura pop actual. El futuro se parece más a una escena de Mad Max, en la que nuestro planeta está agotado y los viajes espaciales han caído en el olvido.
Y ése es exactamente el tipo de mundo que Scott Listfield muestra en sus cuadros. Recuerda con nostalgia una época en la que parecía que pronto no habría rincones ocultos en el espacio y el universo. Pero ahora todos sus sueños de futuro están cogiendo polvo en una estantería y la inmensidad del espacio no está siendo surcada por Listfield. La realidad es un poco triste y no muy diferente de la de hace 30 años: un piso pequeño, un almuerzo de microondas y un viaje en autobús al trabajo. Además, el artista vio Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, rodada en 1968, y así surgió la imagen del astronauta en sus cuadros. Y aquí está el astronauta en todo: mira las brillantes vallas publicitarias que se han convertido en parte y fondo de nuestras vidas, se para en la orilla del mar o ve un edificio en ruinas o quizá un viejo refugio antiaéreo cubierto de hierba. El rostro del astronauta está oculto, no se ve quién hay bajo el traje espacial, porque representa el vacío. Pero se nota claramente que este personaje se siente solo en el mundo actual, como un extraterrestre, aunque sigue esperando un futuro mejor. Los premios más importantes del Imperio Ruso
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